Hoy hay un pequeño rayo de esperanza en Oriente Medio. En una región devastada por la violencia hay ahora varios ejemplos de judíos y árabes que trabajan juntos para prevenir más violencia y mejorar sus efectos. Los residentes beduinos del sur de Israel buscan víctimas de los ataques de Hamás. Bedouin Women for Themselves, una ONG en Segev Shalom, una ciudad beduina en el distrito sur de Israel, está brindando apoyo psicológico a beduinos y judíos locales con problemas psicosomáticos.
Tuve la oportunidad de ver pequeños ejemplos de convivencia pacífica y colaboración entre árabes y judíos creciendo en Tucumán. Esta provincia recibió numerosos inmigrantes –entre ellos mi padre– que emigraron de sus países a principios del siglo pasado; muchos eran ciudadanos de países árabes. La ciudad también tenía una importante población judía.
Esta colaboración se vio en un tramo de varias manzanas pobladas por decenas de comercios de propiedad tanto de árabes como de judíos que convivían pacíficamente. No recuerdo un solo incidente de violencia entre ellos. Los propietarios de tiendas de ambas comunidades trabajaron juntos debido a intereses comerciales compartidos. Hugo Japaze, un médico tucumano cuyo padre tenía una conocida tienda en esa calle, me dijo recientemente: “Tanto los árabes como los judíos eran inmigrantes en una nueva tierra y se dieron cuenta de que tenían mucho más que ganar si trabajaban juntos en un ambiente amistoso que reviviendo viejas animosidades”.
En la década de 1950, mi padre, junto con dos amigos, el profesor Manuel Serrano Pérez y el filósofo Víctor Massuh, fundaron el “Ateneo Cultural Gibran Khalil Gibran”, que lleva el nombre del famoso escritor libanés. El objetivo principal de la organización fue presentar conferencias de destacados ponentes de prestigio nacional e internacional a estudiantes, profesores y público en general. La mayoría de las conferencias se ofrecieron en la Sociedad Sirio-Libanesa. En ese momento, había considerable inquietud entre los directores de la Sociedad acerca de permitir que intelectuales judíos asistieran a las conferencias. Gracias a los esfuerzos de mi padre, a los estudiantes y profesores judíos se les permitió por primera vez participar en esos encuentros y se desarrollaron nuevos vínculos entre árabes y judíos. En ambos casos, los intereses comerciales y culturales comunes permitieron a ambas comunidades colaborar, superando una historia de desconfianza. Se había desarrollado un objetivo de interés común que conducía a una relación pacífica.
Ha habido pocos momentos antes en los que la animosidad entre palestinos y judíos sea tan aguda como lo es después de los acontecimientos recientes; miles de muertos y heridos son un trágico recordatorio del profundo abismo que separa a ambas comunidades. Sin embargo, me atrevo a razonar, si antes se compartían intereses comunes, ¿puede crearse ahora un vínculo en Oriente Medio basado en la urgencia común de la paz? Creo que sí, pero solo si cada lado del conflicto es capaz de ver al otro en términos reales, no con las habituales calificaciones demonizadoras creadas por décadas de antagonismo.
Si bien las iniciativas de salud por sí solas no pueden garantizar la paz, especialmente cuando abundan las tensiones políticas, culturales, psicológicas y religiosas, a menudo sirven como un útil punto de contacto entre partes en conflicto. Los programas de salud binacionales han servido para desarrollar la cooperación entre pueblos divididos, demostrando el poder de la comunicación ciudadana en entornos políticos hostiles.
Durante la década de 1980, los violentos enfrentamientos entre los contras y los sandinistas de Nicaragua llevaron a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la oficina regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a implementar la estrategia, “La salud como puente para la paz”, destinada a brindar atención médica a poblaciones que vivían en zonas devastadas por la guerra en América Latina. Este trabajo dio lugar a los llamados “Días de Tranquilidad” en El Salvador y en Perú. Durante el mismo, miles de niños fueron vacunados contra la polio, la difteria, la tos ferina, el tétanos y el sarampión. Las actividades de la OPS contaron con el respaldo de funcionarios gubernamentales y fuerzas guerrilleras rebeldes. El punto común era la preocupación por la salud pública.
El mismo enfoque se ha utilizado en Oriente Medio. Desde su fundación en 1988, la Asociación de Médicos Israelíes-Palestinos por los Derechos Humanos ha creado dos fondos para abordar la falta de atención médica de los hijos de los trabajadores migrantes palestinos: el Fondo Palestino de Atención Médica para Niños y el Fondo Médico para Niños de Trabajadores Extranjeros. La organización también lleva a cabo actividades de capacitación para profesionales de la salud palestinos y se ha convertido en un destacado defensor de la salud y los Derechos Humanos en la región. Desde los Acuerdos de Oslo de 1993, se crearon varios grupos de salud nuevos que brindan servicios de salud a los palestinos.
La paz entre israelíes y palestinos no se logrará de la noche a la mañana, pero solo mediante un esfuerzo masivo que involucre a los civiles podrá lograrse la reconciliación entre ambos pueblos. En una región plagada de desconfianza, miedo profundamente arraigado y violencia, construir y fortalecer puentes entre los ciudadanos es el mejor antídoto contra la guerra. Este tipo de acciones, por sí solas, no traerán una solución permanente al conflicto, pero crearán las condiciones que harán que la paz en el Medio Oriente no solo sea deseable sino inevitable.